Mi utensilio para escribir, que consiste en un tubo hueco de plástico o de metal con un depósito cilíndrico de una tinta

viscosa en su interior y una bolita metálica en la punta, o bolígrafo es una parte vital en mi vida.

Se podría equiparar a un familiar, un amigo, alguien que siempre está y estará presente en mi vida.

Me acompaña en las terroríficas semanas de exámenes, dando todo lo que cabe en su pequeño tubito de tinta para que yo sea capaz de impregnar en el papel cada idea de cada asignatura, en el menor periodo de tiempo posible.

También, está en los momentos más íntimos, en los que actúa de intermediario entre el papel y mi desamparada mente, me permite reflejar detalladamente las imágenes que circulan por mi cabeza y al mismo tiempo permite que otros traduzcan la tinta en imágenes propias.

Otra de sus cualidades es dar mi consentimiento a ciertos documentos, o simplemente regalar un recuerdo a los fieles admiradores a través de la ejecución de una preciosa firma.

Incluso, en casos remotos, puede servir de objeto punzante, extremadamente útil para resolver situaciones de vida o muerte.

Los bolígrafos han permanecido cerca de el hombre durante muchos años y seguirán siendo nuestro mejor escudero durante muchos años más.